sábado, 4 de febrero de 2017

ESTABAN SENTADOS FRENTE A FRENTE

Estaban sentados frente a frente, por primera vez solos. El mundo no podía imaginar las consecuencias que ese instante provocaría.

Ella se notó algo turbada,  pero la disipó, y medio en broma, empezó a agitar las alas de mariposa de sus labios. Nadie cerca que pudiera evitar ese momento, que filtrara el aleteo de su aliento, tan suave ahora  que solo podía variar levemente la pequeña llama de una vela.

Abrió la jaula donde aprisionaba las palabras. Burbujeantes, formaban las frases de un silenciado secreto. Dejó volar al pajarillo del miedo a la equivocación y con él también salió el de la verdad.

Se sentía atraída por él, como Satélite que gravita alrededor de su Planeta. La sugestión, la invadía de nuevas ideas locas, luchaban por conquistar el espacio de su pensamiento que a duras penas se defendía para no cambiar.

Estaba seducida por la abstracción de su imagen. Era la duda de no saber si sentía el efecto de algo poco común, enamorarse, lo que en ella hacía años/luz no se había vuelto a producir. Se desnudó, permitiendo que él vislumbrara su vulnerabilidad. Quería saber si sentía lo mismo hacia ella.

Después de dejar al descubierto con su sinceridad la transparente luz de la indefensión, se arrepintió. No pudo soportar la vergüenza y quiso desaparecer. Pensó que si tenía una mínima esperanza de llegar a una amistad, presintió haberla perdido. Se alejó.

Pero aquel suave flujo de palabras, aquellas inocentes partículas portadoras de energía, incontroladas, generaron una onda expansiva que viajó durante miles de kilómetros. Como una descarga eléctrica, corrieron a  la velocidad en la que tiempo y espacio se diluyen, se funden, desvirtuando su estado inicial de inofensivas moléculas, que al unirse  se transformaron en una gigantesca y potente ola solitaria.

La turbación que causó en él aquella confesión y la posterior huída, provocaron que el latido de su corazón se acelerara. Fue un toque invisible que le hizo temblar el alma. La llamó tímidamente al ver que huía, pero ya era tarde. Entonces ocurrió; una gran energía concentrada fue liberada, las entrañas de La Tierra fueron empujadas a la máxima presión, y al igual que un electrocardiograma registra los impulsos del corazón, en los sismo gramas que estudian los movimientos de las capas terrestres, se detectó una gran vibración.

Ocurrió tres días más tarde. El efecto no pudo predecirse. Sincronizados silenciosamente por el mecanismo del caos, después de perseguirla durante kilómetros,  la reacción emitida de la pulsación iniciada por él, alcanzó al susurro fugado salido de ella.  Al encontrarse físicamente, desataron toda la turbulencia que llevaban guardada. Esa tensión caótica se transformó en terremoto y tsunami, un cataclismo que sufriría la humanidad. Dos poderosos dioses de la naturaleza enfrentados en una batalla  de intensidad sobrecogedora y un estruendo atronador.

Después de agotar todas sus fuerzas, como en un juego amoroso, se hizo el silencio y  todo quedó en calma. En el lugar de la lucha donde tuvieron contacto, algo nuevo nacía, un fenómeno extraño al que nadie daba explicación, un remolino gigante diluyéndose permanentemente. Era una espiral de corriente en las aguas donde ella se precipitaba, y donde él en su persecución, la encontró para unirse, hundirse con ella. Era la huella dejada como prueba de la potente fuerza de un suspiro y un latido, cuyo epicentro se había desencadenado por la unión de dos átomos de amor liberados.



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